Cuando el fiscal Prouty mostró las fotografías a Janet Kardon y preguntó “¿Usted llamaría a esto actos sexuales?” ella respondió “Yo lo llamaría estudios de figuras”
El famoso juicio sobre las fotografías de Robert Mapplethorpe en el estado de Cincinnati fue un diálogo de sordos. Ni el literalismo de los acusadores, que reducían las fotos a simples escenas de penetraciones anales, ni el formalismo (obligado) de los defensores, que las reducían a juegos de composiciones e iluminación hacían justicia sobre la obra del artista. Era 1990, y la caída del muro se dejaba sentir en el recrudecimiento de la moralina paternalista en varios estados de Norteamérica. Sin embargo, senadores y alcaldes de derecha tropezaban con un problema porque, para la ley, (Roth v. U.S., 1957; Miller v. California, 1973) no existe la figura de arte pornográfico. Arte y pornografía son términos que se excluyen mutuamente, como se excluyen la inquietud del consumo. Si la pornografía nos ofrece un objeto empaquetado, unívoco, listo para usar, la imagen artística nos interpela en tanto sujetos. ¿Cuál fue el testamento de Duchamp sino mostrar el sustento erótico de la mirada? Fuera de esto, la distancia entre Mapplethorpe y Marcelo de la Fuente no podría ser mayor. Lo molesto del fotógrafo norteamericano era que mostraba escenas obscenas en un estilo clásico y pulcro, en un lenguaje que coincidía exactamente con las ideas que aquellos pundonorosos senadores podían tener acerca de lo bello. Nuestro artista argentino, socialista y tanguero, piensa el arte como un destello impreciso que aparece desde los rincones más prosaicos e inesperados de la vida. Los fragmentos eróticos y rituales, las escenas de bondage, se dirimen en medio de dos extremos: los volantes de prostitución barata y un desnudo que evoca toda la sublimidad de las fotografías pictorialistas del 1900. La introducción del blanco y negro en esta nueva serie del artista añade a la textura low tech de sus imágenes sexuales todo este mundo de nuevas referencias.
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